QUINTO DOMINGO DE PASCUA.
El evangelio de este domingo nos lleva a los “discursos de despedida”, cuando Jesús está a punto de iniciar la pasión.
Entonces, reúne a sus discípulos y les anuncia cosas que están a punto de suceder y les da instrucciones sobre lo que deberán hacer cuando Él ya no esté.
En primer lugar, Jesús anuncia su partida inminente y hace de ella una “interpretación”: aparentemente, su muerte será un fracaso, pero en realidad constituye el momento de su victoria. La cruz es el momento de la revelación plena del Hijo de Dios, es la “hora” en la que Él será glorificado por el Padre. En la muerte de Jesús llega su culminación la manifestación de la gloria de Dios, es decir, su presencia en medio de la humanidad.
Segundo, las “instrucciones” de Jesús se concretan en un único mandamiento, el de amarse unos a otros. La novedad radical de este “mandamiento nuevo” consiste en el hecho de que ahora el modelo del amor mutuo es el amor de Jesús. Él, con su vida y especialmente con su muerte, pone en práctica un amor sin límites; sus seguidores deben imitar ese ejemplo y amar con esa misma intensidad, hasta el punto de que esa debe ser la característica que les defina.
Por eso, sin el amor, la única fuerza renovadora de verdad, no nos podríamos llamar cristianos. El discípulo de Jesús, el cristiano, es la persona que ama como Él ha amado. Es la persona que cree que Dios la ama y, como lo cree, lo vive, se siente amada, y lo comunica amando a los demás.
