SEXTO DOMINGO DE PASCUA, “Vocem iucunditatis”.


La Pascua siempre es una llamada a la renovación, a vivir la nueva realidad de Jesucristo resucitado.


En el evangelio de hoy, Jesús continúa con su largo “discurso de despedida” poco antes de su muerte. La petición principal, por no decir la única, que hace a sus discípulos, es la de amarse unos a otros, y también la de amarle a Él.

Precisamente, ese amor va asociado a la promesa de una presencia permanente, no sólo suya, sino también del Padre. Esta nueva forma de presencia divina también está relacionada con el anuncio de la venida del Espíritu Santo, llamado aquí el Defensor (Paráclito). Según la teología joánica, se trata de una continuación de la presencia de Jesús. Sólo después de la Pascua será posible penetrar el verdadero sentido de la vida y la enseñanza de Jesús.


La paz es uno de los dones vinculados a la presencia del Hijo de Dios en el mundo, y más concretamente a su muerte y resurrección. La paz (Shalom) que viene de Jesús no es la de los hombres. Esa paz de Cristo es la superación de la ruptura con Dios, con los hombres y con el mundo que el pecado había provocado.


Este sexto Domingo de Pascua celebramos la Campaña del Enfermo, con el lema “En esperanza fuimos salvados” (Rm 8,24). Hemos de tomar conciencia de que si estamos enraizados en Cristo y vivimos la novedad de su Pascua, podremos ser instrumentos de esperanza, de alegría y consuelo para nuestros hermanos enfermos.