Esta Fiesta y, en cierto sentido la de mañana también, nos invitan a dirigir una mirada hacia la escatología, la reflexión teológica sobre los “tiempos más nuevos”. Estamos caminando hacia el futuro, un futuro que traspasa la temporalidad, pero que nos compromete con la vida cotidiana.


El Apocalipsis nos presenta una multitud incontable de personas que ya gozan de Dios. Y es que han sabido ser fieles a Cristo Jesús en la “gran tribulación”.


San Juan nos describe el futuro con trazos llenos de esperanza: “seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”. El camino para esa alegría final es el de las Bienaventuranzas, que nos enumera San Mateo. Estas son el corolario de la proclamación evangélica de Jesús, que trae una Buena Noticia a los pobres, a los que lloran, a los necesitados… Todos ellos son proclamados dichosos porque llegarán a participar en el gozo del Reino de Dios. Las Bienaventuranzas constituyen una verdadera orientación para la vida.


Los Santos son el orgullo de la Iglesia, y la lista de hoy es mucho más amplia que la nuestra. Los Santos son “nuestros hermanos”, son “los mejores hijos de la Iglesia”. Ellos nos han demostrado que se puede vivir el Evangelio, que se puede seguir el camino de las Bienaventuranzas, que es camino de humildad, sencillez y paz.


Los Santos son el mejor éxito de Cristo Jesús, el mejor regalo que Dios ha hecho y sigue haciendo a toda la humanidad. Con su vida fiel, nos han honrado y han mejorado esta raza humana nuestra en muchas direcciones: sabiduría, entrega, obras y milagros, humildad… A muchos de ellos no les conocemos. Pero hoy reciben el aplauso de Dios y nuestro recuerdo agradecido. Unidos a ellos, se nos hará más fácil el camino de seguimiento, de las Bienaventuranzas, del Señor.