Nuestra fe es apostólica, porque la hemos recibido de los Apóstoles y porque no es otra que la fe de los Apóstoles. Pues Pedro y Pablo son los que “fueron fundamento de nuestra fe cristiana”, que Dios entregó “a la Iglesia las primicias de su obra de salvación mediante el testimonio apostólico de San Pedro y San Pablo”. Eso es lo mismo que decir que estamos “edificados sobre el cimiento de los Apóstoles”.

En el Evangelio de hoy, Pedro -en nombre de los Doce- expresa su confesión de fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Jesús le responde con una bienaventuranza, que pone la atención en la revelación divina que ha permitido a Pedro reconocer la verdadera identidad de Jesús. Esta confesión de fe le permite ser el fundamento de la comunidad de los que creen en Él (“mi Iglesia”).

Las palabras son dirigidas personalmente a Pedro y suponen, sin ningún tipo de duda, un lugar particular para él en la comunidad cristiana, pero sin desvincularse de los demás Apóstoles.
Nosotros hemos recibido y vivimos esa misma fe apostólica en el seno de la Iglesia, en comunión con el Papa León, sucesor de Pedro, y en comunión con los sucesores del Colegio Apostólico, los Obispos.

La fiesta apostólica de este Domingo nos mueve a amar y a enriquecer en nosotros la comunión eclesial, que es garantía de comunión apostólica.